CETÁREA DE PENACÍN, RIBADEO

A lo largo de la acantilada costa que unen Rinlo y A Devesa, se localizan tres cetáreas, cuyas construcciones todavía se resisten, no sin alguna profunda cicatriz, a los envites del embravecido mar.


Allá por el año 1904 y después de las de Malpica y Cariño, se construye en Rinlo la primera cetárea natural de la zona, en el lugar conocido por los lugareños como el “ESTORNÍN”, la segunda será esta de “PENACÍN” y la tercera la de “OLLO LONGO”.


En estas se confinaban las aguas donde el marisco se depositaría para venderlo especialmente en época veraniega, a mejores precios. El sistema de circulación de agua, aprovechaba el flujo de las mareas, regulando la entrada mediante compuertas. Los principales crustáceos con los que se trabajaba eran: langostas, centollas, bueyes de mar y bogavantes.


Al parecer la idea  partió de una señora de Ortigueira, conocida como Dña. Mª Luisa Soto, que se encontraba de turismo por la zona y que se dio cuenta al hablar con los marineros de Rinlo de la cantidad de marisco que en aquel entonces existía en este mar.


Al cabo de un tiempo, el negocio empezó a florecer y D. José Vázquez Oroza tuvo que buscar otro lugar para expandir su empresa. Así construyó esta segunda cetárea, a unos 500 metros de la primera, en el lugar que los lugareños conocen como Penacín. Esta era de mayores dimensiones, capaz de albergar 20.000Kg de langosta.


Esta segunda obra ya requirió más esfuerzo. El lugar era ya más grande y el mar inundaba el recinto por dos sitios.


Hubo que cerrar los dos espacios, con dos compuertas y fijar hasta 25 columnas al fondo para logar cubrir toda la superficie que superaba al de la primera cetárea en muchos metros. También debido a esto, se habilitó una pequeña lancha para la supervisión del vivero.


Otro problema derivado de la geografía del terreno es que se podía acceder a la cetárea por varios sitios a pie y hubo que cerrar todo el perímetro con un muro de piedra de unos dos metros de alto.


Las oficinas-despachos, también hubo que hacerlos un poco más alejados.


El principal problema de funcionamiento de las cetáreas eran las algas de ribazón, que se depositaban en las compuertas y al pudrir, asfixiaban el marisco, por lo que hubo que instalar un cabestrante para extraer estas algas por el exterior del muro. Estas se aprovechaban como abono de las tierras de labor.
La alimentación del marisco se hacía con otro marisco extraído en la propia costa, normalmente mejillones, erizos y estrellas de mar.



Está en marcha un proyecto de la Dirección General de Costas para la recuperación de todo el conjunto etnográfico y hoy podemos acercarnos a disfrutar de estos enclaves, siguiendo el CAMINO NATURAL DE LA RUTA DEL CANTÁBRICO.

INFORMACIÓN RECOGIDA DEL SIGUIENTE ENLACE


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