Aldea de origen antiguo, citada en documentos del siglo XII, mantiene en
parte su estructura medieval.
Según Felipe Arias bien pudo estar aquí situada la mansión Brevis de la
vía XIX de Braga a Astorga.
Su PUENTE MEDIEVAL es una de las joyas de la arquitectura civil
del Camino de Santiago, sin duda la más hermosa de todas cuantas hay en la ruta
francesa a su paso por Galicia. Aparece mencionada en los tumbos de Sobrado
(siglo XII) y fue parcialmente reformada en el siglo XVIII.
Mide 50 metros de largo y tiene un ancho de 3,7 metros. Está formada por
cuatro arcos de medio punto, desiguales, con paramentos rectos desde los arcos
hasta los alféizares. Las tres pilastras tienen tajamares triangulares aguas
arriba, y espolones aguas abajo. El perfil del alféizar es apuntado sobre el
arco principal. Las roscas de los arcos, los arranques de las bóvedas y de los
paramentos en las pilastras son de cantería posiblemente traída de Pambre. Los
demás son materiales propios de Melide: los paramentos, el relleno de las
bóvedas y alféizares son de mampostería, de la negra piedra del país que se
puede encontrar en el monte de Melide, fundamentalmente anfibolitas y
ultrabásicas.
Furelos también contó con un hospital de peregrinos, que aparece
mencionado en textos del siglo XII, y aún figura recogido en el catastro del
Marqués de la Ensenada realizado en el siglo XVIII. En 1770 ya amenazaba ruina.
La iglesia de SAN XOÁN DE FURELOS, al lado del Camino Francés, conserva
parte de su arquitectura medieval románica, concretamente el muro sur. Bajo el
alero aparecen una serie de canecillos sencillos, doce en total, colocados a
distancias desiguales uno de los otros.
Los vecinos del lugar necesitaban de un puente para pasar el río. Pero
por unas cosas o por otras, no encontraban la forma de construirlo. Un buen día
encontraron un moro que se comprometió a levantar el puente a cambio de monedas
de oro. El moro, hizo el puente, pero pensó en dejar una piedra mal asentada de
modo que con el tiempo comenzara a moverse. Y así pasó, el puente se movía y
los vecinos acudieron al mouro para que lo arreglara. El moro les dijo que si,
pero que había que pagar el trabajo con monedas de oro. Este volvió a hacer la
misma faena, dejando otra piedra de otro lugar del puente media suelta, de modo
que, con el paso del tiempo, volviera a pasar lo mismo y seguir con el negocio.
Esto paso varias veces hasta que los vecinos, recelosos, resolvieron
vigilar los arreglos, hasta que dieron con el engaño y decidieron darle un
escarmiento al moro. Para ello, localizaron la piedra que estaba mal asentada,
la calentaron con fuego y cuando el moro fue a arreglarla, la piedra estaba tan
caliente que se quemó la mano, quedando la huella en ella. Hay gente que dice,
que aún hoy en día, se ve en la piedra la mano del moro grabada.
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