PENA DOS NAMORADOS, PONTEAREAS.


Al lado de la nacional120, situada entre Ponteareas y Vilasobroso  en frente del desvío para A PENA DO EQUILIBRIO, se encuentra otro conjunto de piedras fascinante.



La Pena do Namorados, también llamada Pena do San Valentín, se puede acceder en coche y dejarlo aparcado a escasos 15 metros del monumento.
 Esta roca está compuesta por capas de enormes piedras superpuestas la una sobre la otra. Antaño refugio de cazadores neolíticos y hoy monumento turístico de la naturaleza.

Llama la atención la cantidad de pequeñas piedras que cubren la roca. Estas forman parte de la fábula de este espacio.
 Un cartel situado en frente a la roca, mostrará la leyenda.
Cientos de enamorados vienen al lugar para realizar el rito de las tres piedras y preguntar por su futuro amoroso.
No dejéis de rodear la piedra por el camino que baja por la izquierda de esta. Así comprobareis el conjunto en todo su esplendor y veréis toda su grandeza. Arriba, en el pequeño montículo se encuentra una roca enterrada que deja ver sólo su parte superior, era utilizada hace no mucho, para moler cereales.


Es una formidable piedra oscilante, “abaladoira”, con veinticuatro metros de longitud por tres y medio de ancho en la parte más delgada y cinco en la más gruesa, la cual se asienta sobre otra de semejante largura enterrada en el suelo.
 La zona delgada se apoya sobre un trozo de roca de unos tres metros de grosor, pulimentada por los vientos y lluvias.

El rito dice que…



Un miembro de la pareja se posiciona de espalda a la roca, tras coger tres piedras pequeñas en los alrededores, procede a lanzar por encima de su cabeza una de las piedras en dirección de la parte superior de la roca. El objetivo es que la piedra lanzada permanezca sobre la roca y no caiga al suelo. Posteriormente, lanzará las otras dos piedras, bajo la supervisión del otro miembro de la pareja.
Si las tres piedras permanecen en la parte superior de la roca, la pareja contraerá matrimonio en un plazo inferior al año.
Si dos piedras permanecen en lo alto, la pareja contraerá matrimonio en el plazo inferior a dos años.
Y si únicamente una piedra permanece en la parte superior, el matrimonio se contraerá en un plazo superior a dos años.
Pero si ninguna de las piedras quedase en lo alto, el matrimonio nunca tendrá lugar.
Aunque parece fácil, a la hora de la verdad las piedras acaban rodando por la roca y caen al suelo.

Por aquellos remotos tiempos el afamado CASTILLO DE SOBROSO se hallaba cerca de estos parajes, donde dice la LEYENDA:

 Su dueño era don Álvaro de Sarmiento, cuya hija se llamaba Alda o Aldina, como amorosamente la nombraban sus familiares. Ella solía pasear a caballo por los rientes campos y generosos robledales y amenos sotos de castaños. A veces bordeaba la ladera del monte de “A Picaraña”, en cuya cima oteaba un pequeño castillo del cual era propietario el señor don Tristán de Abarca, joven caballero no bien avenido con don Álvaro de Sarmiento por razón de los límites del condado.


LA PICAÑA,VISTA DESDE A PENA DOS NAMORADOS.

 De tierras de Granada regresó un día don Álvaro, pues durante varios meses había estado combatiendo contra los moros a favor de los Reyes Católicos. A doña Aldina, su amada hija, no la encontró en el castillo: cabalgaba, como era habitual, campo a través, a lomos de su brioso caballo blanco. Ello no le agradó a su padre, quien, tratando de indagar el motivo, encargó a un paje que con sigilo espiase a la condesita. El mozo le comunicó que, bajo la piedra de “abalar”, la había visto junto al señor don Tristán de Abarca. Don Álvaro, sabiendo quién era, lo tomó por una grave afrenta. Juró castigarlo. Y una tardecita se fue al valle San Pedro, dobló el camino y en un santiamén alcanzó “A Picaraña”: en secreto se acercó al “dolmen”, se escondió y dio muerte a don Tristán mediante una estocada. Cubrió su cuerpo entre la maleza y los intrincados ramajes. Y retornó al castillo por diferente camino.
En vano aguardó doña Alda por su amado. Esperó y esperó al día siguiente. Plena de congoja, se refugió en su cámara del castillo. Tres días después fue descubierto el extinto cuerpo de don Tristán. Doña Aldina, su enamorada, ignorándolo, volvió junto a la piedra colosal y “abaladiza”. Al crepúsculo, a ella se le apareció un caballero de negro que descendía de un alazán. “¡Tristán!”, grito alborozada. “¡Al fin has venido! Mas estos días…” A lo lejos, las campanas doblaron a muerto. “Esas campanas avisan de mi entierro”. Aquel fantasma al instante se esfumó entre la niebla. Adina se encerró en su cámara. Pasados unos días, se abrió la puerta del castillo, para dar paso al cortejo a su propio entierro. Relato que Carré Alvarellos incorpora en su repertorio de Las leyendas tradicionales gallegas.



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