Para comenzar esta historia nos tenemos que situar en Costa da Morte en el
primer tercio del siglo XX, concretamente en una pequeña cala llamada Gures,
situada en el ayuntamiento de Cee.
Aquí, en el muelle pesquero de Caneliñas se situaba la factoría
ballenera. Esta factoría fue establecida por los noruegos e inaugurada el 14 de
Noviembre de 1924.
Los noruegos aprovecharon la “LEYENDA DE LA FECUNDIDAD”, según la
cual, las ballenas se acercaban hasta Fisterra para aparearse. También fue la
última factoría española dedicada a cortar carne de ballenas, cerrando sus
puertas en el 1985.
Está emplazada en un lugar único, con un encanto especial, frente a la
pequeña playa del mismo nombre.
En los años de prosperidad, fueron los japoneses los que relevaron a los
nórdicos en la factoría. Aquí llegaron a trabajar hasta cien operarios
troceando los grandes cetáceos. Pero antes de esto, había que cazarlos con un
arpón y traerlos al puerto para su despiece. Las mujeres de la villa eran las
encargadas de descuartizar las ballenas que llegaban carro arriba por la
plataforma. Les quitaban la piel y la carne y luego las cocían para hacer
grasa.
Se pescaba el cachalote y el rorcual común pero también a la ballena vasca. Entre los años 1924 y 1927 la factoría de Caneliñas llegó a despedazar alrededor de 1280 ballenas y 84 cachalotes, lo que significan 40.000 barriles de aceite. Pero, ¿qué se aprovechaba de la ballena? Pues bien, de la ballena se aprovecha todo. Las barbas sirven para las armas, fustas, paraguas y hasta para los corsés de las mujeres, la grasa como combustible para el alumbrado, el aceite de cachalote para las industrias del jabón, la carne se come… no tiene ningún desperdicio.
En la década de los setenta aparecieron los primeros problemas a este tipo de caza. Por una parte la presión de los movimientos ecologistas que hizo mella en la sociedad y se llegó a hablar de cuotas y el otro fue la entrada de España en la Unión Europea que hizo que este oficio se extinguiese hace 25 años.
Hoy, en Caneliñas sólo queda un muelle derruido que aún sostiene las cuatro paredes de una pequeña caseta, los retorcidos y oxidados hierros de las vías que iban del muelle hasta la factoría. Y todavía se pueden ver los depósitos de grasa, los tanques de aceite y las cámaras donde se almacenaba la carne.
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